La historia de uno de los mayores avances en la investigación médica moderna comenzó en un suburbio; es una historia con dos caras: la de una nueva era científica, de grandes reconocimientos y beneficios, y la de su origen involuntario en medio de la pobreza, el analfabetismo y el gueto.
Todo comienza con Henrietta Lacks (1920 - 1951), una mujer afroamericana, pobre y analfabeta. Descendiente de esclavos, en 1943 abandonó su residencia en la propiedad familiar, un pedazo de tierra en una antigua plantación de tabaco de Virginia obtenida a resultas de la abolición en lo más profundo del sur confederado americano, y un hogar compartido con diez hermanos y sus abuelos, que los criaron tras la muerte de la madre, para migrar con su marido a Baltimore, donde los jóvenes negros eran reclutados a centenares para trabajar en los prósperos astilleros.
Allí los Lacks vivieron en un gueto (lo que hoy se conoce como "comunidad afroamericana"), y tuvieron cinco hijos, tratando de prosperar y obtener su parte del manido sueño americano. Hasta que en 1951, con 31 años y sus dos últimos hijos aún en pañales (uno de ellos tenía un año, y el otro cuatro meses), Henrietta fue diagnosticada de un cáncer de útero tan brutal que fallecería tres meses más tarde, en el ala para negros del Hospital Johns Hopkins. Su historia termina con sus restos enterrados en una tumba sin nombre en el cementerio para negros de su lugar de origen en Virginia.
La inmortalidad de Henrietta Lacks
Pero su caso, por lo extraordinario de su virulencia, llamó la atención del doctor George Gey (1899-1970), un investigador que en el mismo hospital, pero en la zona de prestigio, la universitaria y reservada a la raza blanca, había fundado junto a su mujer, enfermera del mismo centro, el Laboratorio de Cultivos Celulares y se había embarcado en la gran batalla de la medicina, aún en liza: la de la lucha contra el cáncer.
Así que antes de comenzar el tratamiento y durante el mismo con radioterapia Gey extrajo muestras del tumor de Henrietta Lacks para investigarlo, sin el conocimiento de la paciente ni de su familia como era práctica habitual entonces. E inesperadamente, obtuvo el premio gordo: cultivadas en su laboratorio descubrió que las celulas de Henrietta Lacks, que bautizaría por sus iniciales como células HeLa, eran extraordinarias, únicas en el mundo, porque eran, y son, inmortales.
Las células del cuerpo humano, de todos los cuerpos humanos excepto del de Henrietta Lacks, no pueden sobrevivir sin el soporte que les proporciona el organismo vivo, y como envejecen tampoco pueden subsistir artificialmente. Usualmente no sobreviven más allá de las 50 divisiones, y eso imposibilitaba poder hacer experimentos fiables con ellas, pero las células HeLa que descubrió Gey no solo viven de forma indefinida, sino que lo hacen en perfecto estado y conservando sus funciones, proliferando incluso con furia, ya que doblan su número cada 24 horas y arrasan con cualquier competidor en el medio.
El avance que suponía este descubrimiento para la experimentación médica y biológica era incalculable, de hecho con él nacía una nueva era en la investigación médica y George Gey, que dedicó su vida, literalmente, a investigar los mecanismos del cáncer, renunciando a todo prestigio o beneficio derivado de sus investigaciones, no reparó en difundirla ni en compartir su experiencia con toda la comunidad científica. Nunca registró una patente, acogió en su laboratorio y en su casa a científicos de todo el mundo interesados en copiar sus técnicas, fundó asociaciones y bancos de tejidos, recaudó millones de dólares entre la clase alta para donarlos a la lucha contra el cáncer.. y cubrió el mundo de células HeLa; llave maestra para la experimentación sobre las patologías que afectan al ser humano, Gey se dedicó a distribuirlas, llegando incluso a viajar por todo el país con viales en los bolsillos, hasta que descubrió que la inmortalidad de las células de Lacks resistía incluso al envío postal.
Una revolución en marcha
Así llegaron las células HeLa a Jonas Salk, que entre 1954 y 1955 logró con ellas desarrollar la vacuna para la poliomelitis, erradicando la muerte por esta lacra y salvando la vida de millones de niños en todo el mundo, también en parte gracias a la empatía con el espíritu altruista de Gey, pues Salk tampoco registró patente alguna por su descubrimiento. Y esta vacuna fue el espaldarazo definitivo al uso de células HeLa, que fueron sometidas a una producción de tipo industrial para satisfacer una demanda tendente al infinito, pues se emplearon y se emplean para estudiarlo prácticamente todo: el cáncer, el SIDA, la fisiología celular, la fecundación artificial, las terapias genéticas, los efectos de la exposición del cuerpo humano a la radiación, a las sustancias tóxicas y a la gravedad cero (para ello se las envió al espacio) y una miríada de asuntos como la sensibilidad al pegamento o a los cosméticos.
Hasta el momento a partir de la muestra de Gey de células de Lacks los científicos han producido 20 toneladas de células HeLa, que han dado lugar a la producción de medicamentos fundamentales contra el cáncer (que se llevó también a George Gey a la tumba en 1970), la leucemia y el parkinson, y en torno a ellas se han producido 60.000 publicaciones científicas en todo el mundo y se han registrado más de 11.000 patentes. Y el porqué de su increíble inmortalidad sigue siendo un misterio.
Por supuesto, no todo el mundo es George Gey o Jonas Salk, y en nuestra sociedad de consumo las células HeLa se han convertido en un negocio que mueve millones de euros con empresas que venden por Internet frascos de HeLa por 250 dólares y derivados por más de 10.000.
La cara B
Mientras tanto, en la otra cara de esta historia, la familia Lacks seguía subsistiendo al límite en Baltimore. El empleo del padre en los astilleros no consiguió sacar a la familia de la pobreza, y al golpe por la muerte de Henrietta le siguió otro, el fallecimiento de una de sus hijas que, aquejada de un cierto retraso mental, fue internada en el Hospital Estatal de Crownsville contemporáneamente a la muerte de la madre, y allí falleció en 1955, con tan solo 16 años, tras ser objeto de abusos y brutales experimentos como la trepanación.
No fue hasta el año 1975 que conocieron el periplo de las células HeLa, a raíz de que un biólogo les contactara queriendo investigar si los descendientes de Henrietta habían heredado su asombrosa característica celular, y a pesar de sus reivindicaciones desde entonces los Lacks han vivido tan al margen de la explotación mercantil de las células de su madre y esposa que ni siquiera han podido, al no disponer de seguro, acceder a los avances médicos que las células HeLa han contribuído a hacer posible.
También es mínimo el reconocimiento a la aportación de Henrietta Lacks a la ciencia, pese a que sus células crecen casi en cada laboratorio del mundo sustentando una línea de negocio que mueve miles de millones de dólares, y lo que es más importante, que ha contribuído y sigue contribuyendo a alcanzar el sueño humano de erradicar las enfermedades.
Más sobre Lacks:
The Henrietta Lacks Foundation
Personaje colectivo: HeLa
jueves, 12 de abril de 2012 | 5 Comments
13 de abril de 2012, 9:23
Que buena historia y muy bien escrita. Es increible ver como las células de esta mujer se han convertido en un producto de laboratorio más, una mercancía.
13 de abril de 2012, 9:37
Es una pena como se ha perdido el espíritu original, en que las células HeLa se distribuyeron libremente y los medicamentos y vacunas conseguidos gracias a ellas no se patentaban para que pudiera acceder a esos tratamientos toda la humanidad. Pero el mercantilismo siempre se impone.
17 de mayo de 2012, 13:01
Marta, me gusta como escribes, trasladas las historias al papel con absoluta naturalidad.
Así es que, como ya te he dicho en otra ocasión,me seguiré quedando por aquí curiosendo.
Buena suerte!
17 de mayo de 2012, 14:23
Muchas gracias!!
12 de julio de 2020, 22:55
Interesante articulo, hace poco yo comencé a hacer este curso fp farmacia, quiero ayudar con la promoción de la salud y apoyo psicológico a las personas.