Después de toda una vida en África, conviviendo cada día más estrechamente con una manada de leones de Kenia, a George Adamson (1906-1989) lo asesinó a los 83 años otro ser humano, por dinero. Corría así la misma suerte que su ex esposa, la bióloga Joy Adamson, y otra mujer de historia mucho más conocida, Dian Fossey, todos ellos atrapados por la locura por la vida salvaje, la que se produce en el hombre en contacto con las manadas de animales libres y que conduce a detestar a una sociedad a la que se hace cada vez más difícil regresar; un aislamiento que te convierte, a ojos de tu propia especie, en presa.
El primero de los grandes conservacionistas de la fauna salvaje africana llegó a Kenia a los 18 años, en 1924. Hijo de británicos que terminaron estableciendo una granja de café en África, había nacido y pasado parte de su infancia en otra colonia británica, La India, y la adolescencia en la metrópoli. De Kenia le enamoraron sus grandes espacios abiertos, y tras años de trabajar junto a sus padres en la plantación trató de ganarse la vida en contacto con la naturaleza, pero con 29 años, sin más experiencia que la de cultivador agrícola, sólo encontró trabajo como guía de safaris y cazador para los turistas blancos.
Paradójicamente, su experiencia rastreando y abatiendo animales salvajes fue la puerta de entrada, tres años después, al cuerpo de guardias del Departamento de Parques y Áreas Protegidas de Kenia, pasando a proteger a las mismas especies víctimas de la caza deportiva en el Parque Nacional de Meru. Un año después contrae matrimonio con la bióloga Joy Gessner, que había recalado en el país africano huyendo del genocidio nazi, y que durante 30 años formaría junto a él un importante equipo conservacionista.
Pasaron 14 años hasta que un nuevo acontecimiento volviera a cambiar la vida de Adamson. En 1953 fue requerido para una misión excepcional: localizar y abatir a una leona "devoradora de hombres" que había atacado en las inmediaciones del parque. Adamson cumplió su cometido pero sabía por su experiencia que tratándose de una hembra alejada de la manada, debía por fuerza ser madre, y se propuso localizar y salvar a las crias que sin ella quedaban condenadas a muerte. De los tres jóvenes felinos que rescató dos fueron entregados por las autoridades del Parque al zoo de Rotterdam, pero Adamson consiguió que el tercero, una hembra, se quedara con él en Meru para tratar de criarla y reinsertarla en la vida salvaje.
La leona, a la que llamaron Elsa, creció en el hogar de George y Joy en Meru como un animal doméstico, pero ante la enésima tentativa de que fuera enviada como todos los leones crecidos en cautividad a un zoológico, Adamson asumió la inmensa tarea de reeducarla para que pudiera regresar a la vida salvaje y sobrevivir en ella. El proceso fue largo y costoso, y requirió de un gran esfuerzo por parte de la pareja, pero finalmente consiguieron que la leona viviera libre y se integrara en una manada. Joy escribió un libro sobre la experiencia, un best seller del que se produjo también una película que ganó dos premios Óscar, si bien nunca compartió derechos ni royalties con Adamson, ni cuando éste emprendió su particular cruzada en favor de los leones ni cuando se fundó, en 1979, la entidad conservacionista George Adamson Wildlife Preservation Trust.
La experiencia con Elsa no lo hizo rico, pero cambió el leit motiv de su vida. A partir de este momento tendrá su propio espacio en el Parque para dedicarse exclusivamente a trabajar para devolver a la naturaleza a leones que habían nacido en cautiverio, recibiendo incluso un felino que una joven pareja de australianos habían adquirido, como si fuera una mesilla de noche, en los almacenes Harrods de Londres.
Adamson realizó esta labor conservacionista de forma continuada hasta que uno de sus leones atacó gravemente a un empleado del Parque. Los gestores de Meru lo obligaron entonces a sacrificar al león, cerraron el proyecto y le invitaron a renunciar a su puesto de trabajo en Parques Nacionales. Fue un revés durísimo, pero después de llamar a todas las puertas y de apelar a todo lo apelable consiguió que el gobierno de Kenia le autorizara a retomar su trabajo como guardia, eso sí, en Kora, una remota región del norte en la frontera con Somalia.
Su esposa no logró habituarse a la nueva situación y poco después solicitó el divorcio, y Adamson, cada vez más integrado en el mundo de los leones, fijó su última residencia allí, en un precario campamento levantado por él mismo, rodeado de unos pocos ayudantes y una manada de quince leones. El posterior asesinato de Joy y la muerte de su hermano, atacado por un león, no hicieron más que arraigarle a este recóndito y peligroso territorio y a una fauna salvaje que consideraba más armónica y predecible que la sociedad humana.
Desde este campamento, en los años 80, Adamson fue testigo del aumento del furtivismo y de su transformación, durante los años siguientes y empeorando sin deriva, en un violento negocio de contrabando de pieles y marfil y en actividades de violencia y pillaje donde la vida y seguridad no sólo de los animales salvajes, sino también de los habitantes de la zona y los turistas, estaba cada vez más comprometida. Él fue el primero en alertar de esta evolución dramática de la vida en el país en que llevaba viviendo 60 años, en una zona sin presencia del Estado y en la que los furtivos cruzaban la frontera armados con kalashnikov, pero no fue hasta que lo asesinaron que el gobierno de Kenia reaccionó y convirtió la zona en un Parque Natural Protegido, seguro para animales y ciudadanos.
Durante los muchos años que habitó en el Kora salvaje Adamson no tuvo miedo porque decía que de noche los leones lo protegían. Por eso lo asesinaron a la luz del sol, simplemente para robarle.
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The George Adamson Wildlife Preservation Trust
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martes, 7 de diciembre de 2010 | 0 Comments