Grandes telas de más de un metro, sin título, gigantescas manchas de color sobre las que flotan áreas rectangulares: las "multiformas" de Mark Rothko impresionan y conmueven, aunque no representen nada. Van directas al sentimiento. Pero llegar a esta forma de arte, espiritual, emocional y abrumador, fue un largo proceso que consumió su vida.
Marcus Rothkovich (1903-1970) nació en Rusia en el seno de una familia judía ortodoxa. Recibió una estricta educación religiosa desde los cinco hasta los diez años, cuando, a causa de los pogromos del zarismo, emigró junto a su familia a los Estados Unidos. Allí completó sus estudios y logró ser admitido en Yale, pese a las restricciones que la universidad imponía al ingreso de judíos, si bien abandonó la carrera de Humanidades dos años más tarde. Para sustentar la economía familiar tras la muerte de su padre hizo de todo, de lavandero a vendedor de periódicos; no comenzó a estudiar pintura hasta los 20 años y sólo al recibir clases, entre 1925 y 1926, con el famoso pintor Max Weber en la prestigiosa Art Students League comenzaría a perfilar su propio camino artístico.
Instalado en el ambiente bohemio de Nueva York, en su juventud sobrevivía combinando una modesta actividad pictórica en pequeñas galerías con las clases de pintura y modelado para niños de Brooklyn, a la que se dedicó durante más de 20 años, primero por necesidad económica, después como afición, y que marcaría profundamente su visión del arte.
En 1938 Rothkovich consiguió la nacionalidad estadounidense y, preocupado por el antisemitismo en América y Europa y el auge del nazismo, adoptó el nombre artístico de Mark Rothko. Además, se casó con su segunda esposa y futura madre de sus dos hijos.
Fueron estos años de exploración y desarrollo de una personalísima teoría de la pintura, que se convertiría en fanatismo, que otorgaba la razón de ser del arte a la generación de emociones absolutas y donde el cuadro debía provocar “una experiencia plena entre pintura y espectador”. La búsqueda de una comunión espiritual entre su pintura y quien la observaba culminó en la creación, desde 1947, de los “multiforms”, sus característicos cuadros inmensos, impresionantes, basados únicamente en grandes manchas de color rectangulares y simétricas: la abstracción pura.
Poco a poco, la obsesión por que su visión del arte llegara a ser comprendida comenzó a hacer mella en él y sufrió sus primeras depresiones, justo antes de recibir el que sería el encargo más importante de su carrera: la decoración del restaurante Four Seasons en el Seagram Building de Nueva York (proyectado por Mies Van Der Rohe), en 1958.
Los más de 40 murales, de los que seleccionaría un conjunto de siete, que pintó para esta ocasión conmocionaron al mundo del arte, tanto que los críticos describirían su obra como “demasiado bella”. Sin embargo, Rothko acabó por romper el contrato por considerar al Four Seasons indigno de albergar sus cuadros. Las exigencias cada vez más duras que imponía a las salas para exponer su obra, como colgarlas a ras de suelo y que se tuvieran que observar a una distancia de 45 centímetros, provocó que los murales no fueran expuestos hasta 1970.
Si bien en los años sucesivos la fama y los ingresos de Rothko aumentaron exponencialmente, el proyecto Seagram le había agotado emocionalmente y comenzó a hundirse en el pesimismo. Sus cuadros se volvieron cada vez más oscuros y misteriosos, y su pensamiento más dramático, culminando en los grandes murales negros y grises que concibió para su último gran encargo, la decoración de la capilla de la Universidad de Houston, considerada en el mundo del arte como el testamento artístico del pintor.
Finalmente, en 1969 entró abiertamente en crisis. Sumido en una profunda depresión, se separó de su esposa, abandonó su hogar y se recluyó en su estudio de Manhattan, donde se quitó la vida, a los 67 años, el 25 de febrero de 1970.
Colección de Mark Rothko en la Tate Modern, Londres
Mark Rothko, el drama del arte
martes, 8 de junio de 2010 | 0 Comments