El mayor maratonista de todos los tiempos asombró al mundo en los Juegos Olímpicos de 1960 ganando el oro, descalzo, en 2 horas, 15 minutos y 16 segundos, mejorando el récord mundial en ocho minutos, plusmarca que él mismo se encargaría de reducir en la siguiente cita olímpica, Tokio 64. Esos son sus méritos como atleta, en la inmensa tarea de llevar el cuerpo humano al límite. Como africano, ciudadano del más pobre de los continentes, y en plena descolonización, acaparó un papel de ídolo que tendría que pagar ante su Rey, el autoproclamado emperador etíope Haile Selassie I. Como leyenda, quiso que el mundo supiera que su país, Etiopía, "ha ganado siempre con determinación y heroísmo" y colocó por derecho su figura en la historia del deporte, en el reducido club de los mejores.
Abebe Bikila (1932-1973) era un campesino pobre de un pueblo del sur de Etiopía miembro de una numerosa familia que buscó, como muchos otros, una salida económica enrolándose en el ejército a los 17 años. Allí conoció el atletismo y probó sus grandes dotes al ganar el maratón y las pruebas de 5.000 y 10.000 metros en los Juegos Militares, una carrera simbólica en la que atrajo la atención de Onni Niskanen, un ex atleta y cazatalentos deportivo traído de Suecia por el Rey etíope expresamente para forjar una selección nacional lo más potente posible. En 1946 Niskanen, que declararía no haber conocido nunca un atleta mejor, comenzó a transormarlo con sus métodos nórdicos (que incluían baños de sauna y baloncesto) en el mejor corredor del mundo.
Doce años después, en 1960, Bikila llega a los Juegos Olímpicos de Roma con la responsabilidad implícita de vengar el honor etiope en el país que, bajo el fascismo de Mussolini, colonizó su tierra y expulsó a su rey, entre 1935 y 1940. El éxito de la empresa fue impresionante: ganó, recortó la plusmarca mundial en 8 minutos y lo hizo descalzo. A su regreso, fue recibido como un héroe.
Los siguientes cuatro años, en los que se preparó para poder repetir la gesta en la siguiente cita olímpica, no fueron tan dulces como cabría esperar. En los meses previos a Tokio 64 se le acusó de haber formado parte de un complot militar y pasó meses en la cárcel, antes de ser operado de apendicitis, apenas seis semanas antes del evento. Sin embargo, ya con zapatillas, volvió a ser el más rápido, incluso rebajó su propio tiempo, alcanzando una velocidad nunca antes registrada de más de 19 kilómetros por hora.
En 1968 acudió a México para su tercera olimpíada, los míticos juegos del black power, pero no pudo superar las condiciones de altura del terreno, y tuvo que abandonar a los 17 kilómetros. Y después, el infierno.
En marzo de 1969 Bikila sufre un brutal accidente, y aunque fue atendido durante ocho meses en Londres, quedó paralítico y murió de una hemorragia cerebral en 1973, a los 41 años de edad. A su entierro como héroe nacional asistieron 65.000 personas.
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sábado, 8 de mayo de 2010 | 0 Comments