A pesar de que su nombre se ha disuelto en el de su hijo hubo una vez un Johann Strauss (1804 - 1849) que levantó su propio imperio e hizo que en los salones y en las cortes se bailara de verdad. Hijo de un tabernero de un suburbio vienés, expulsado de la escuela como del taller de encuadernación donde sus progenitores intentaron labrarle un futuro, pasó su infancia entre la calle y el bar, y allí fue capaz de aprender a tocar el violín de oído tan bien como para ingresar en una banda.
Fichado por Josef Lanner para montar una nueva banda, el Cuarteto Lanner, se hizo extremadamente popular tanto por la vibrante ejecución de valses, polcas y rigodones como por su carisma, haciendo de sus ejecuciones e improvisaciones en el escenario el mejor espectáculo de la Viena imperial. La demanda de actuaciones llegó al punto de hacer transmutar la banda en orquesta y finalmente a desdoblarse, actuando ya una de las partes bajo dirección de Strauss.
Celos y envidias acabaron con esta relación, y a puñetazos, en 1825, y ahí comenzó el auténtico despegue de Strauss, que por fin comenzó a estudiar armonía, contrapunto, instrumentación y composición, dando a su música, siempre en torno al vals y otros ritmos populares, mayor empaque. Su ascendente le ayuda a conseguir los mejores salones para actuar, y como empresario, pionero en la industria musical, toma una decisión en su momento sorprendente: explotar el culto a su propia persona, asociando sus partituras a su imagen en publicidad de prensa y carteles, y editándolas como obra artística mediante litografías de gran calidad.
Posteriormente un hecho casual, el desagravio de Lanner a la archiduquesa Sofía, hace que éste sea destituido de su cargo como Director de Bailes de la Corte en favor de Strauss. Desde este flamante puesto culmina sus estudios en composición y violín. Ya en la cima de su carrera (dirige a más de 200 músicos en los bailes imperiales y hasta a seis orquestas en los de carnaval) proyecta la invasión de Europa: Hungría, Alemania, Inglaterra y Francia le deparan un éxito absoluto, conquista a reyes, príncipes y toda la alta sociedad europea, internacionalizando el vals y su baile como hoy lo conocemos.
Los viajes le acarrean más conciertos, más fama y admiración, más amantes.. pero no más dinero. Todo lo dilapida en un buen vivir que da de lado a una familia en Viena. En 1825 se había casado con Anna Streim, hija del dueño de una de las tabernas que frecuentaba. Tenía 19 años y la responsabilidad precipitada de contraer matrimonio, pues pocos meses después nacería Johann, y con los años Joseph (1827), Teresa (1831), Fernando (1834), muerto al año, y Eduard (1835). La pareja se mantuvo mal que bien mientras Strauss permaneció en Viena, pero sus constantes viajes y el cambio de posición social acabaron con el matrimonio.
En 1839 abandonó a Anna por Emilie Trampusch. No volvió a aparecer por su casa ni a ver a sus hijos, perdió un juicio por desatender su manutención y desde 1844 vivió enfrentado a su primogénito, Johann, en los escenarios, que pretendía vengarse en el terreno que suponía más le dolería al padre: el profesional. Al lado de Emilie deja de viajar en busca de fama y gloria, produciendo para el Emperador Francisco José sus obras más complejas, como la marcha Radetzky en honor al héroe de la contrarrevolución de 1848.
Strauss falleció el 25 de septiembre de 1849 contagiado por una de sus hijas de una escarlatina tan violenta que lo llevó a la tumba en horas, y su hijo, que había recibido una esmerada educación músical y heredado el mejor nombre para dedicarse a la música en su tiempo, pudo por fin devorarlo.
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Johann Strauss, el músico vividor
viernes, 5 de marzo de 2010 | 1 comment
30 de diciembre de 2012, 16:22
Me gusta este compositor, creo que los vals tienen mucha fuerza. Saludos!! :D