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Perfiles de personajes históricos que merece la pena conocer

Kepler, armonía y movimiento

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Quedaba poco para que los científicos comenzaran a morir por desafiar a Dios cuando Johannes Kepler (1571 - 1630) decidió dedicar su vida a estudiar los movimientos planetarios, descubriendo y teorizando la armonía de un universo sin cielo ni infierno y cuyo epicentro no es la tierra.

Hijo de un mercenario en las guerras contra Carlos V y una curandera, Kepler fue un niño de salud muy frágil, pero brillante inteligencia, asombrado por las estrellas que durante su infancia se manifestaron en dos grandes ocasiones: el paso de un cometa, en 1577, y un eclipse lunar, en 1580. Aunque carente de recursos Kepler pudo cursar estudios universitarios gracias a un programa de fomento de formación de pastores luteranos en Tubinga (Alemania), y allí entraría en contacto con las novedodas teorías astronómicas de Copérnico.

Abandonando toda intención teológica, Kepler consiguió un empleo como profesor de Matemáticas en Graz que le permitía costearse su pasión: acabar de derruir la verdad oficial de que la Tierra estaba inmóvil y ocupaba el centro del Universo, y que todo giraba a su alrededor, la teoría del geocentrismo de Ptolomeo que llevaba en pie cerca de 1.500 años.

En un golpe de fortuna, el decreto de expulsión de los maestros protestantes del archiduque Francisco Fernando lo llevó en el 1600 a trasladarse a Austria, donde llamó la atención del Rey Rodolfo II, un auténtico mecenas de la ciencia, que lo convirtió en su consejero astrológico. En una época sin telescopios y con todo el mundo celeste por descubrir, Kepler fue el último astrólogo y se convirtió en el primer astrónomo, y asombró al mundo con sus famosas tres leyes (publicadas en 1609 en su obra Astronomia Nova): Los planetas realizan movimientos elípticos alrededor del Sol; los planetas barren áreas iguales en el mismo tiempo; el cuadrado de los períodos de los planetas es proporcional al cubo de la distancia media al Sol.

En 1615 ni su condición de protegido de la Corona ni la admiración emanada de su trabajo pudieron parar un proceso de la Inquisición contra su madre, acusada de brujería. Abandonó Austria y todo lo que allí había conseguido y pasó seis años en Alemania asumiendo su defensa ante el Santo Oficio, y consiguió que fuera liberada pero tan debilitada por el proceso y la tortura que moriría seis meses más tarde.

Volvió a Austria cuando Rodolfo II ya había muerto y el nuevo poder se negaba incluso a pagarle honorarios pendientes, y falleció pacíficamente en 1630 dejando atrás su mangnífica contribución a la astronomía, una lectura perfecta de la armonía del mundo.

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